Homenaje a Claudio Chea

Cuando de manera inesperada en pleno verano del 2022, nuestro Claudio Chea emprendió su viaje a la luz, se producía un fenómeno similar a un eclipse. La luz se había ido con él para acompañarlo hasta el infinito. Ante la oscuridad del momento, se sucedían imágenes que los cinéfilos tienen el privilegio de rememorar y con las que pueden deleitarse una y otra vez, que quedarán por siempre como testamento de la obra del artista del lente y la luz. La industria le despidió con un sentimiento de admiración, respeto y agradecimiento.

El cine dominicano tiene una deuda eterna con Claudio Chea, uno de los pioneros en este arte, el cual combinó con sus demás actividades en la televisión y la publicidad. Su particular estética quedaría plasmada para la posteridad en los trabajos memorables que había realizado en nuestro cine y a nivel internacional.

 

El maestro del lente dominicano nacido en Santo Domingo fue escogido siendo muy joven por el galardonado director de fotografía Gordon Willis, para asistirle en su labor en el rodaje de “El Padrino II”, de Francis Ford Coppola (1972). Era una gran producción de la Paramount que tendría como escenario a la República Dominicana para recrear las escenas que suceden en La Habana y que desembocan en la caída de Batista. Estar cerca de nombres grandes de la industria, incluso de un director Oscarizado, suponía para el joven Chea un gran reto a nivel profesional y marcaría su destino como director de fotografía de importantes producciones internacionales y locales.

De trato noble, amable y sencillo, este hombre mulato, de pelo rizado, barba prominente y marcados rasgos asiáticos, hicieron de él una figura muy característica, que destacaría en su natal República Dominicana, para luego alternarse en Nueva York, Los Ángeles y otras ciudades de Estados Unidos. También Puerto Rico, México, Guatemala y El Salvador, entre otros lugares donde desarrolló su carrera profesional. 

 

Se inicia como camarógrafo en el país y desde esos primeros momentos se estableció una especial simbiosis con la cámara, que siempre consideró más que un simple instrumento de trabajo.  Estuvo claro que era el elemento para la materialización de su pasión artística y profesional. 

En 1969, llegó a la ciudad de New York. Eran tiempos de protesta en pleno auge de la Guerra de Vietnam y la cultura hippie, cuando el cine era visto como una poderosa herramienta de pensamiento y transformación social. Se inscribe en el New York Institute of Photography y comienza a forjar su alma de artista junto a jóvenes de diferentes nacionalidades con los cuales tiene la oportunidad de compartir e intercambiar visiones. Allí se sentarían las bases tanto de su técnica como su estética.

 

En los años setenta del pasado siglo, además de trabajar en la producción de anuncios publicitarios, incursiona en la producción de documentales para la televisión, llegando a ser uno de los renovadores más notables de los años setenta en ambas industrias. 

Su experiencia posterior como parte de un crew de una gran producción Hollywoodense financiada por un gran estudio como fue “El Padrino II” definitivamente le imprimiría un aprendizaje acelerado y cambiaría el ejercicio de su carrera, su óptica y sentido artístico y profesional.

Pero en aquellos tiempos las oportunidades en el séptimo arte eran muy limitadas en nuestro país y tuvo que conformarse con sus trabajos para televisión y en comerciales. Tuvo la oportunidad de compartir, formarse e intercambiar experiencias con otros realizadores anteriores y de su época como Camilo Carrau, Max Pou, Adelso Cass, Eduardo Palmer, Ricardo Thorman, José Luis Sáez, Agliberto Meléndez, Jimmy Sierra, Omar Narpier y otros cineastas pioneros que comenzaron a desarrollar nuestra industria del audiovisual.

 

Su agitada vida profesional fue en ascenso, pero a la vez pudo sacar tiempo para hacer algún cortometraje o trabajos más personales en el género documental como “Camino al Pico Duarte” (1982), que, supuso un encuentro y alerta contra la deforestación, mezclando la fotografía del paisaje, el discurso científico y el testimonio campesino. También, a este trabajo de Chea se le suma “El valle de San Juan” (1983), igualmente centrado en la preservación ecológica; “El paseo de la Virgen” (1983), sobre una antigua tradición de la villa de pescadores de Palmar de Ocoa y “El Acuario Nacional” (1985), un documental educacional sobre este nuevo museo nacional. 

En 1983, fue asistente de cámara de la película del cubano Jorge Ulla, “Guaguasí”, una historia ambientada en la Revolución Cubana sobre un hombre simple de las montañas que se enamora de una corista. La película fue producida y rodada en República Dominicana y fue la primera representante del país al Oscar a la Mejor Película Extranjera. 

Su encuentro con el cineasta cubano León Ichaso supuso un punto de inflexión en su carrera. Su primera colaboración profesional tiene lugar en “Crossover dreams” (1985), en la que Rubén Blades interpretaba a un cantante de salsa que busca triunfar en la urbe newyorquina de los ochenta. 

Junto a Ichaso, se traslada más tarde a Santo Domingo y ruedan “Azúcar Amarga” (1996), de la cual fue además productor asociado, una crítica mirada al régimen de Castro, enfocada en la decepción de un joven comunista con la realidad de su pueblo. Para esta película, Chea, con un equipo mínimo, rodó de forma clandestina escenas exteriores en La Habana bajo la excusa de producir un documental. 

Su carrera alcanza su momento más alto con sus posteriores colaboraciones con Ichaso, entre ellas “Piñero” (2001), un biopic sobre el poeta latino Miguel Piñero, protagonizado por Benjamín Bratt, donde sorprendió con su estética mayormente en blanco y negro, con encuadres y movimientos de cámara en mano y mezcla de celuloide y digital.

Con “Washington Heights” (2002), dirigida por Alfredo de Villa, en una historia ambientada en la conocida barriada dominicana de Nueva York, protagonizada por Manny Pérez, Chea consolida su talento utilizando tonos tenues y grises que alternan con el colorido del barrio. Junto a Manny Pérez estaría nuevamente como director de fotografía de “Yellow” (2006), rodada en Puerto Rico.

Siguen luego una serie de colaboraciones con León Ichaso, entre las que se destaca “El Cantante” (2006), sobre el salsero Héctor Lavoe, protagonizada por Marc Anthony y Jennifer López., “Ali: An American Hero” (2000) y “Hendrix” (2000), éstas últimas realizadas para la pantalla chica.

Alternando su vida profesional entre Nueva York, Los Ángeles, Miami y Santo Domingo, hace espacio para rodar localmente filmes como “La Cárcel de la Victoria” (2004), de José Enrique Pintor, con sórdidas escenas de la vida de prisión, “Flor de azúcar” (2016), de Fernando Báez donde nos muestra bellos paisajes en la historia inspirada en un cuento de Juan Bosch y su mirada futurista en “Biodegradable” (2013) de Juan Basanta, entre otras.

Sus últimos trabajos en la industria local fueron junto a jóvenes que debutaban en pantalla en el largometraje de ficción “Catastrópico” (2017), de Jorge Hazoury, donde asumía un reto con el cine de acción y el documental “Isla de dos Repúblicas” (2022), de Héctor Ulises Montás, donde una vez más recreaba el colorido de nuestra tierra.

En “Estoy todo lo iguana que se puede”, de Julián Robles, rodada en Chiapas, México tenía unas exigencias visuales muy específicas. En este filme que se estrenara de forma póstuma, podremos apreciar su maestría y composición visual en una historia ambientada en un humilde recinto costero tropical, en medio de un eclipse total de sol. De manera casi profética, con esta obra se eclipsaba su luz y podríamos apreciar por última vez la maestría de su arte y de su lente. Queremos despedirle y honrarle con este poema que sirvió de inspiración a su testamento fílmico con la esperanza de que la obra de grandes maestros permanecerá para la posteridad.

 

“Estoy todo lo iguana que se puede”

Carlos Pellicer

Estoy todo lo iguana que se puede.

La tierra es como el cielo. Todo es fruto

de una máquina de soledad. El viento

campea displicente. Nada tiene

sino una enorme juventud. El tiempo

carece de estatura. Por el día

pasa la flecha que todo lo hiere.

El lugar de las cosas sobrevive

a cada instante. De una palmera

salen altas sonrisas y en el agua

sonríe la tristeza. Quieto a fondo,

miro la destrucción de mi espesura.

Y es la tierra, mi tierra, el polvo mío,

el árbol de la noche sollozada,

las puntuales blancuras de la garza,

las luces de mis ojos, el trayecto

de una mirada a otra mirada. El cielo

que vuela de mis ojos a los cielos

de unos ojos terrestres y las nubes

que desbordan el canto.

Nada vive

para morir sin dar. En todo encuentro

algo de mí y en todo vivo y muero.

Estoy todo lo iguana que se puede,

desde el principio al fin.

Hay ya un Lucero.