Gravity narra un día típico de una persona normal y corriente. Un tipo X, en realidad. Nos encontramos en un mundo distópico, pero muy parecido al nuestro: poblado de bailarinas, cepillos y pasta de dientes, cigarrillos, relojes y, ¡hasta gatos! La gran diferencia, sin embargo, es que aquí la gravedad funciona al revés. Básicamente, los objetos que tienen libertad de movimiento no caen al suelo, sino que se lanzan al cielo y, aparentemente, ni a la protagonista ni a nadie le importa dónde terminan. En este mundo al revés, donde el pelo de la gente tiende hacia el cielo, las mochilas se abren al revés y para servir una bebida hay que sostener el vaso sobre la jarra, la protagonista se encuentra recorriendo un largo camino. Con una mirada desinteresada, continúa contra viento y marea, decidida a alcanzar su ansiado destino: una colina en la que detenerse y disfrutar de un romántico picnic con su amado.
En un mundo así, donde basta con dejar que un objeto desaparezca en el cielo, el desperdicio parece ser el menor de los problemas. Al menos hasta que Gravity decida cambiar de dirección de nuevo…